DERECHOS DE LOS NIÑOS…POR UN MUNDO «REPARADO»

Hay un relato circulando, que parece adecuado para revisarnos en los días en que conmemoramos el vigésimo aniversario de la Convención de los Derechos de los Niños.

Un científico vivía preocupado por los problemas que agobian al mundo, y se propuso un día encontrar la solución para disminuirlos. Pasaba días encerrado en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas.
Cierto día, su hijo de siete años, invadió su laboratorio decidido a ayudarlo en su trabajo. El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que se fuera a jugar a otro lado, pero ya que el niño no se iba, buscó algo para poder entretenerlo.
De repente tomó un mapa-mundi de una revista, y con una tijera recortó el mapa en varios pedazos,  y junto con un rollo de cinta adhesiva, lo entregó al hijo, diciendo: como a ti te gustan los rompecabezas, entonces voy a darte el mundo para que lo puedas arreglar. Aquí tienes el mundo todo roto y destrozado. Mira como puedes arreglarlo. ¡Hazlo todo solo!
El científico calculó que al niño le llevaría días para arreglar el mapa hecho pedazos. Algunas horas después, escuchó la voz del hijo que le llamaba felizmente: ¡padre, padre, logré arreglar el mundo! Al principio el padre no dio crédito a las palabras del hijo. Pensó que a la edad de su hijo sería imposible arreglar un mapa que jamás había visto.
Entonces, el científico levantó sus ojos para ver el trabajo realizado por su hijo, seguro que vería un trabajo digno de un niño. Sin embargo, para su sorpresa, el mapa estaba completamente armado. Todos los pedazos habían  sido colocados en sus sitios. ¿cómo es posible?, ¿cómo el niño había sido capaz? Se preguntaba el padre. ¿cómo lo conseguiste?, si tú no sabías como era el mundo ¿cómo lo lograste hijo?
El niño respondió:… Padre, yo no sabía como era el mundo, pero cuando tú quitaste el papel de la revista para recortarlo y hacerlo pedazos, miré que del otro lado estaba la figura de un hombre. Cuando tú me diste el mundo para arreglarlo, yo intenté pero no pude. Entonces me acordé del hombre y di vuelta los pedazos y empecé a arreglar al hombre que yo sabía como era. Cuando terminé de arreglar al hombre di vuelta  la hoja y encontré que también había arreglado el mundo.
 

 Escribió Janusz Korczac,  «No es correcto decir que los niños llegarán a ser personas: son ya personas… Son personas cuyas almas contienen la semilla de todas las emociones que poseemos. Hay que orientar con delicadeza el crecimiento de esas semillas»

 

 En 1942, Janusz Korczak y sus niños fueron transportados al campo de Treblinka. Permaneciendo con ellos hasta el trágico final. Korczak fue fiel a sus ideales, a los niños y a sí mismo. No quiso salvarse al precio de abandonar a quienes estaban a su cargo, pues en realidad vivía para ellos.

Nos legó dentro de su vasta obra un maravilloso mensaje que debería orientarnos en cada gesto, en cada acción,  en el cuidado de cada palabra que pronunciamos: “ES INADMISIBLE DEJAR EL MUNDO TAL COMO LO HEMOS ENCONTRADO”. 

En el cuento, para rearmar el mundo, el niño elige rearmar al hombre. Ciertamente sólo si logramos repararnos, podremos recrear para nuestro niños un mundo mejor del que nosotros hemos encontrado.