A ponerse la careta… a sacarse la careta. Purim la fiesta de la alegría

¿Por qué ser feliz durante el mes de Adar?

 ¡¿Por qué no?!

 La palabra Purim significa literalmente “echar suerte”. La celebración nos recuerda el hecho de que Amán realizó un sorteo para determinar la fecha en que los judíos de Persia serían asesinados. No había motivo alguno para la elección de esta fecha, se dejó librada al azar. 

Esther mantiene en la clandestinidad su verdadera identidad para salvar a su pueblo. Esther nos enseña que nuestro poder y los privilegios son protecciones carentes de sentido si no las utilizamos para garantizar la seguridad de los integrantes de nuestra comunidad. 

Somos un pueblo de sobrevivientes y Purim es una de las muchas festividades judías que celebran la supervivencia. 

Leemos la historia de Purim en Meguilat Esther. Enviamos regalos de dulces golosinas a nuestros amigos. Tendemos nuestras manos para ayudar a los necesitados. Nos disfrazamos. Nos alegramos con una alegría que trasciende los límites de nuestro discernimiento. Purim es una fiesta que expresa nuestra esperanza en un mundo mejor. 

Purim nos revela que mucho de los que nos ocurre es una cuestión de azar.

Cuándo nacemos, quiénes son nuestros padres, las personas que encontramos en los distintos marcos en los que desarrollamos nuestras actividades, todas estas son cuestiones que en su mayoría están fuera de nuestro control. 

A pesar de que en algunos aspectos no tenemos control sobre lo que nos acaece, podemos siempre decidir de qué manera responder frente a cada circunstancia que la vida nos plantea. 

El hecho de que la suerte, que había sido “echada” se dio vuelta y que la fecha que el “azar” había destinado a la destrucción de los judíos se convirtió en el día de la desaparición de Amán, nos recuerda el carácter imprevisible de la vida.

Disfrutemos la alegría de la celebración. Disfracémonos para ponernos en los zapatos de los otros. 

Al finalizar el día de Purim, quitémonos las caretas, para volver a ser nosotros mismos con una mirada renovada sobre la responsabilidad que nos cabe como miembros de este suelo que habitamos, y de la comunidad a la que pertenecemos

Jag Purim Sameaj!

De ropajes sacerdotales, velas e incienso – Una relectura de Parshat Tetzavé

En el  momento en el que Moshé subió al cielo para recibir los mandamientos encontró a Dios sentado  dibujando coronas sobre las letras. Le preguntó:

  «Señor del universo ¿quién seguirá Tus principios?  «Hay un  hombre que aparecerá después de varias generaciones cuyo nombre será Akiva  Ben Iosef, él interpretará hasta las más pequeñas minucias de la ley judía». contestó Dios.

 Moshé pidió: «Muéstramelo».

Entonces Dios lo sentó en la octava fila de la escuela de Rabí Akiva, junto a los alumnos con menor experiencia.

 Moshé no comprendía la temática acerca de la cual se conversaba y se sintió muy abatido.

 En cierto momento de la clase,  preguntaron los alumnos: «Rabí, de dónde aprendemos esto? 

 Rabí Akiva respondió: «Esta es la ley que  Moshé recibió  en el Sinaí».

Moshé sintió vergüenza. Regresó junto a Dios, y le dijo:

 Teniendo semejante hombre, Tú pones la Torá en mis manos?

 Hay varios mensajes en esta hermosa Agadá.

  Uno de ellos, es  que Moshé, quien nos dio la Torá en el Monte Sinaí, ya no entendió el debate que en torno al texto bíblico se desarrollaba en el  Beit Hamidrash de Rabí Akiva.

  El tiempo hizo lo suyo. Como todas las cosas orgánicas y vivientes, la Torá había cambiado tanto a través de las generaciones que Moshé mismo ya no la entendía.

 Parshat Tetzave, porción de la Torá que leemos este Shabat, está dedicada casi íntegramente a la descripción de la vestimenta de Aarón y sus hijos, es decir del Sumo Sacerdote y de los Sacerdotes que lo acompañarán  en  la tarea en el Tabernáculo.

 Hoy, cuando no tenemos un Ohel Mohed, cuando el Mishkan ya no existe, cuando han desaparecido los sumos sacerdotes, parecería que esta parashá es una pieza de museo tendiente a enseñarnos  y a mostrarnos algunas de las tradiciones y costumbres de nuestros antepasados, y seguramente este es el lugar que ocupa para quienes sostienen posturas oscurantistas y poco flexibles.

 Es necesario reconocer la avidez  y las necesidades de quienes no encontramos  en instituciones sinagogales petrificadas en el Siglo XVIII,  maestros e interpretaciones que den respuesta a los múltiples interrogantes a los que  nos somete la vida cotidiana.

 Sin lugar a dudas, Moshé Rabeinu no podría resolver los problemas de nuestros días y Rabí Akiva no podría contestar nuestras preguntas, porque nuestros problemas no son sus problemas.

 Por eso leemos en el Talmud:

Cada generación tiene sus intérpretes, cada generación tiene sus sabios, cada generación tiene sus dirigentes.

 Creo profundamente que el texto bíblico le habla a los hombres de cada generación.  Que es el libro que le habló a mis abuelos  y le  habla a mis hijos (cuando quieren escuchar…) y seguramente le hablará a mis nietos.

 Entonces hago una nueva lectura e intento encontrar los significados que este párrafo puede tener para el hombre cuya vida transcurre en los primeros años de este tercer milenio.

 La parasha comienza con el mandato de mantener encendido  el Ner Tamid, siempre.  Continúa con la descripción de la vestimenta del Sumo sacerdote, y finaliza con el Ktoret. 

Primero  aparece la vela, la luz,  símbolo de la sabiduría, del conocimiento, luego,  las vestimentas del Kohen Hagadol;  y finalmente  el Ktoret, incienso aromático, que simboliza la espiritualidad, las acciones.

El Mishkan unifica dos cualidades, dos conceptos cargados de valor: El Conocimiento,  y las Acciones a través de los cohanim, a quienes está dedicada la parte central de la parasha.

Si leemos con atención el texto, quedará claro que la Torá  no enuncia  el precepto del encendido de la Menorah, sino que en el orden general de la construcción del mishkan, recalca la necesidad de que haya una vela encendida,  siempre.

Encender una vela, iluminar, es simbólicamente abrir caminos en las fronteras del conocimiento, investigar y examinar, probar y experimentar, cuestionar y pesar todas las cosas, desarrollar la capacidad de utilizar el conocimiento para transformar creativamente la realidad. Transformarla para vivir mejor, pensar y  actuar cada vez con mayor libertad y autonomía.

Después de haber instruido al pueblo, acerca de la construcción del Mishkan, Moshé debe ordenarles que mantengan  una llama encendida perpetuamente.

Una llama ilumina, pero una llama también da calor.

Nuestros sabios nos enseñan que en el corazón de cada judío debe arder un Ner Tamid, pero no sólo en el tabernáculo, es decir en la Sinagoga, y durante el momento de la oración, sino también  mijutz laparojet. En la calle, en las relaciones comerciales y laborales, en las actividades cotidianas en los vínculos con nuestros semejantes.

Sostener y actuar de acuerdo a estos principios en los tiempos en que vivimos  no es fácil.

En medio de tanta incertidumbre,  muchas veces nos invade una sensación de desánimo y zozobra, nuestras esperanzas parecen frustrarse, y los cambios parecen minúsculos…

Esta visión de la realidad es una visión totalmente opuesta al enfoque judío de la historia y de la vida, un enfoque que incluye la esperanza y el optimismo, que revelan el entusiasmo por aquello que debe ser realizado a pesar de los obstáculos.

Y a ello alude el ktoret, que representa el campo de las acciones y la espiritualidad.

 Donde hay crueldad debemos incorporar altas dosis de humanidad y misericordia.  Allí donde percibamos deshonestidad debemos  insistir en ser honestos. Donde encontremos destrucción deberemos crear. A la indiferencia debemos responder con involucramiento, implicación y solidaridad. Donde y cuando no hay justicia, debemos insistir reclamándola.

 Nuestro tabernáculo, nuestro mishkán,  es el mundo. Cada uno de nosotros  esta obligado, a investirse simbólicamente de los ropajes del Sumo Sacerdote, no desde la soberbia, sino precisamente desde la humildad, la sensibilidad, la integridad,  y la fortaleza necesaria para sostener como un keter kehuna,  corona del sacerdocio, nuestras ideas y lograr que a nuestra casa, nuestro lugar,  no le falte nunca  ner y ktoret.

Dar o Nodar. Reflexiones en torno a Parshat T´ruma

Había una vez en un pueblito un señor llamado Nodar.   Nodar era amable y querido, pero tenía un defecto: era muy, pero muy tacaño.   Cada vez que se necesitaba recaudar fondos para alguna obra de bien, para ayudar a mejorar el aspecto del pueblo, o sencillamente para colaborar con alguien que tenía algún problema, el decía:  “yo no doy”.   No importaba cuan importante podía ser la causa.  Nadie podía quebrarlo en su decisión de no-dar. El jamás contribuía.

Un día, Nodar – cuya pasión era la pesca – estaba atravesando el río en un pequeño bote. Repentinamente se desató una tormenta. Y su bote se dio vuelta.  Nodar cayó al agua, y manoteaba desesperadamente.

Afortunadamente,   otro bote  se acercó. El hombre que maniobraba  el otro bote le gritaba: Dame tu mano, dame tu mano.  Nodar apenas lo escuchaba.  Entre la fuerte tormenta y el viento que soplaba, el oía una sola palabra, una y otra vez. Da…me, da….me.  Y el bueno de Nodar, que de dar no quería escuchar ni hablar, no podía ayudarse a si mismo.  

Replicaba a gritos: NO. yo no doy, yo no doy.  

El hombre del otro bote se desesperaba y nuevamente gritó: Nodar, dame tu mano, dame tu mano.  

 Y una vez mas Nodar chillaba: De ninguna manera, NUNCA, yo no doy.

 Finalmente en medio de la desesperación el rescatador gritó: Nodar, toma mi mano.

Y entonces Nodar contestó:  Aah, tomar, seguro!!

El pescador que ayudó a Nodar, buscó la manera de llegar él, en un lenguaje propicio para  salvarlo en medio de la tormenta , aún cuando seguramente corría algunos riesgos.  Este hombre comprendía que  ayudar a otros constituye  una oportunidad un privilegio. 

¿Cual es la importancia y la relevancia que tiene para cada hombre el ofrecer?

¿Cuál es el valor del dar para cada uno de nosotros

 La capacidad de dar, de ofrendar, nos enaltece. A través de la donación,    de la ofrenda, lo material, lo común se consagra.

 En el libro de Éxodo el texto bíblico dice:  Habla a los hijos de Israel y que tomen en mi nombre ofrenda.  Esta es una expresión difícil, compleja. En general las personas tomamos para nosotras mismas, y no para otros.  ¿Acaso el versículo  demuestra un desconocimiento de la naturaleza humana?  

Esta pregunta encuentra en el texto mismo, y en forma inmediata respuesta.  …de todo hombre, a quien voluntariamente mueva su corazón habréis de tomar ofrenda para mi .

Esta ofrenda debería proceder de aquellas personas a quienes voluntariamente mueva su corazón, sin compulsión ni coacción,  de personas inspiradas y dispuestas a ayudar,  sin esperar a cambio nada mas que el placer y el orgullo por colaborar.  

Aquél a quien no mueva su corazón voluntariamente, no podrá ofrendar, no podrá dar, y en consecuencia no podrá tomar.

El texto bíblico nos transmite un mensaje inspirador: Cuando das con el corazón sincero no estas renunciando a nada, estás tomando una parte para ti mismo. 

Todo lo que acumulamos materialmente, tarde o temprano se lo dejamos a otros. Muchas veces el fisco se lleva anualmente gran parte de nuestras ganancias.   El dinero que destinamos a la caridad, para sostener al pobre y a los necesitados, para colaborar en situaciones de extrema adversidad, es dinero que invertimos en nosotros mismos.  

Vuelvo al libro de  Éxodo. ¿Para qué era necesaria la ofrenda en el desierto?:  El texto nos responde:

Harán ellos ,  en mi nombre un santuario y yo residiré ente ellos Veshajanti betojam.  No dice para que yo more, dice para residir entre ellos.  La construcción del santuario no está definida  como un lugar para que Dios more, sino para que haya presencia divina dentro del Pueblo.  

Es tan fácil confundirnos y suponer que la conducta religiosa es aquella que desarrollamos  sólo a través  del cumplimiento de rituales o  en algunos momentos de la semana en las casa de oración. Estamos, rezamos o hacemos como que, y luego volvemos a ocuparnos de lo cotidiano, o de otros aspectos de nuestra vida, sin tomar en cuenta que podemos imbuirlos de espiritualidad, de santidad, que podemos consagrarlos. 

El Midrash acota  que Dios no residirá en el santuario, sino entre ellos, en el corazón de los hombres.

Nuestra generación no está  llamada a  construir un santuario; pero este texto tiene una extraordinaria vigencia,  porque en general cometemos los mismos errores que cometió NODAR.

Cuando escuchamos la palabra dame, nos hacemos los sordos los distraídos, o sencillamente nos negamos, sin lograr comprender que estamos frente a una oportunidad y a un privilegio.

Nodar descubrió después de su experiencia que a veces,  cuando escuchas dame, te pueden estar ofreciendo una gran oportunidad.

Como Nodar tenemos que aprender a dar porque así también tomamos, y nos enaltecemos.

No estamos convocados a tomar ofrenda para construir el tabernáculo. 

Hoy somos todos convocados para cuidar , mantener y mejorar el que nos legaron, los espacios  que otros soñaron y levantaron para nosotros.

Hoy somos llamados a cuidar el «santuario» en el que habitamos, a cuidar nuestro mundo. 

Hoy,  para poder percibir  la presencia divina  entre nosotros, debemos incluir algo de la dimensión espiritual que el santuario representa en nuestro hacer diario. 

En esta porción de la Torá, Parshat Trumá,   en la que Moshé se dirige al pueblo en su totalidad,  -no sólo a los dirigentes de las tribus-  percibimos con claridad, que  las oportunidades de consagrar lo profano en nuestra cotidianeidad existen,  si hay corazones dispuestos a encontrar espacios de inspiración y responder con compromiso cuando se los convoque.